Existe una afinidad
entre la ópera prima de Salomón Pérez y Chicama
(2012), otra película trujillana. Ambos filmes se empeñan por reproducir lo
rutinario, situaciones que son corrientes para sus protagonistas, y que obligan
al espectador a optar por una postura contemplativa, perspectiva que de paso
frena las expectativas en razón a que las historias no descubren algún quiebre
enérgico o suceso excepcional en la trama. Esta característica es más determinante
en la película de Omar Forero. Pérez, sin embargo, se atreve a generar un
consenso en el modo en que decide tratar su película. En medio del laberinto (2019) nos traslada al cotidiano de un
adolescente que pasa gran parte de su tiempo practicando skate y escuchando música, mientras pospone su inscripción en un
instituto. Es una mirada a los hábitos de un típico slacker, la reproducción de diálogos insustanciales que tiene con
su compañero de deporte o sus relaciones como hijo. Nada fuera de lo común. Eso
hasta que aparece ella.
En medio del laberinto asume un estímulo argumental para cuando su protagonista
conoce a una joven. Es mediante este sutil acercamiento que la rutina del skater comienza a desvariar. Se va
tejiendo una historia de amor adolescente. Lo cierto es que Pérez no se inclina
por una vertiente convencional. En ese sentido, la película no extravía su
esencia contemplativa. No existe el menor indicio por experimentar con el
melodrama, un género que de alguna manera deja aflorar los sentimientos y
pensamientos de los amantes que ceden al conflicto pasional. En medio del laberinto, por su lado,
edita lo aparatoso, pone a los personajes en un estado de reserva, y si estos
se confiesan lo hacen con puntualidad y sin excitación. Salomón Pérez no cede a
los dramas, y esto, en cierta forma –y por muy contradictorio que suene–, es el
estímulo de su filme. De pronto la simpleza, la negación a lo artificioso,
reserva su encanto, efecto que no está lejos a las escenas de las piruetas en
cámara lenta con un skate, o la misma
metáfora de las antenas telefónicas. El retrato sin adornos genera su propia
estética.
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