A diferencia de El señor de las moscas (1963), el azar
no es el responsable de haber trasladado a un grupo de niños y adolescentes a
un lugar retirado del terreno agreste de Colombia. No estamos tratando además
con una pequeña sociedad que progresivamente aflora su lado instintivo en medio
de la naturaleza al punto de tirar abajo toda instrucción “civilizada”. Los
personajes de Alejandro Landes, previamente, han sido educados para asumir un
comportamiento indómito y agresivo en medio de un contexto en guerra. No solo
es estímulo, sino que también la circunstancia. Ellos aprendieron y se ven en
la situación de asumir un perfil violento. Monos
(2019) es ante todo un filme social y realista. La historia de estos muchachos
armados asignados a vigilar a un rehén, es antes de eso la historia sobre el
secuestro de la inocencia; niños absorbidos por las guerrillas para fines
ideológicos.
El protagonista
principal de esta película no es un solo individuo, sino la propia figura que
representa este grupo de muchachos. Ninguno de ellos destaca de forma
independiente a lo largo de todo el filme. A pesar de eso, cada miembro de esta
reducida comunidad de ocho no deja de tener una presencia significativa al
manifestar un comportamiento único que provoca un merecido detenimiento. Landes
parece separar un instante de su trama para cada uno. Es en ese fragmento
asignado que cada personaje expone un caso o comportamiento que no se repite en
el otro. De pronto, la leve diferencia de edades, el sexo o el rango que poseen
dentro de la agrupación nos dispone un manojo de testimonios sobre la infancia
forzada a ser parte de una guerra. En consecuencia, vemos distintos niveles de
reacción, por ejemplo, ante una situación de combate. Están los que han
digerido la idea de la organización que representan, los que no terminan por
asimilarla e, incluso, los que han comenzado a cuestionarla.
Luego de una
introducción o ejemplo sobre cómo funciona la organización, Monos abre su conflicto en base a esa
coalición de pensamientos: los que siguen el juego y los que no. Es mediante
ese contraste de ideas que el ritmo de la película genera su propio contraste.
El grupo pasa del ánimo recreativo al conflicto y, finalmente, a la cacería.
Pasan del escenario abierto y retirado de las montañas al espacio espeso y
hostil de la selva. Los personajes, luego de una estadía en medio de la
tranquilidad aparente, serán expuestos a un territorio que incentivará aún más
su bravura o sus miedos a un extremo en que la demencia y el deseo de liberarse
del grupo se hacen evidentes. En ese tránsito, la película se expresa mediante
el drama, lo bélico y la acción. En razón a esa variación del género, Alejandro
Landes propone una cadena de eventualidades que componen una trama también
cambiante y de paso impredecible; un tour
de force sobre las implicancias y consecuencias que relaciona a los niños,
o adolescentes, y la guerra.
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