La nueva película de
Franco Lolli asiste a un incentivo argumental frecuente en el cine
latinoamericano actual –aquel que apunta hacia los festivales– en referencia a
filmes que giran en torno a un solo protagonista, el seguimiento de su rutina y
posterior desencuentro con otros personajes y/o situaciones que generan o
agravan un conflicto que, ocasionalmente, es resultante de síntomas sociales. Litigante (2019) narra la historia de
Silvia (Carolina Sanin), una abogada y madre soltera implicada en un caso de
corrupción, quien de pronto tendrá que dividir sus horarios para estar al
cuidado de su madre enferma. Existe un rastro de carga social en esta trama, sin
embargo, es el drama íntimo el que trasciende. En una temporada, Silvia
comenzará a enmendar y establecer sus lazos familiares y sentimentales,
aquellos que estuvieron relegados a causa de ese asunto judicial que la absorbe,
el único conflicto ajeno a lo personal.
En síntesis, no solo vemos
a la mujer litigando para el caso de su cliente, sino que también con los
azares que surgen en su intimidad. Silvia se encuentra en una pugna constante a
fin de ordenar su imagen pública y personal. Lo más estimulante de Litigante es la pauta dramática con que
se desenvuelve. El estado de angustia y estrés persisten de inicio a fin. Una
idea de ese ambiente se reduce en la colisión repetitiva que surge entre la
mujer y su madre, dos personas que no dejan de discutir, ambas irreflexivas,
obstinadas, siempre empujando cada una para su lado. Lo cierto es que estas
pugnas nunca se elevan a lo irreconciliable. Existe un tope en la contrariedad
de las mujeres, quienes en cierto punto de efervescencia aplazan sus molestias
para un próximo encuentro. Es como si la situación se manejara bajo normativas judiciales.
Lo mismo pasa para con el resto de altercados que enfrenta Silvia. Hay un
momento para el discernimiento, pero también un aplazamiento para reordenar el
caso.
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